Ayer en la tertulia de Cesar, me llamó la atención las dos estrategias que se propusieron para que el Rey afrontara la visita de Artur Mas (Artur es el actual presidente de la Generalitat, un organismo autonómo político que formó parte de la España de la restauración borbónica del 75, por si esto lo lee alguien dentro de dos años y no sabe quien es ese señor ni de que va esto). Una de las estrategias proponia que el Rey no debería recibirle. La otra, que debería recibirle como a los demás jefes autonómicos siguiendo el mismo protocolo y así mostrar "el desprecio" (!??!) que supone considerarlo como uno más y aparentar la normalidad que el otro quiere romper, además de mostrarse dialogante. Escenificación sería la palabra adecuada, tan de boga, para describirlo. La primera estrategia la proponían los hombres de la tertulia, la segunda, una mujer.
La primera es una estrategia masculina que afronta la realidad de que Mas no es un cacique autonómico cualquiera y se plantea un problema real al que hay que confrontarse de frente y cuanto antes. La segunda estrategia es femenina, tangencial donde se aparenta normalidad, se utilizan segundas intenciones, se evita la confrontación para que el otro sea el que agreda y quede en evidencia y se intenta desmoralizar al adversario con evasivas. La primera es la estrategia del que siente que tiene la legitimidad y la fuerza. la segunda, de aquel que es débil y cuyo sentido de legitimidad es determinado por un tercero: la literalidad de la ley, (que no es una causa sino el producto de la legitimidad), o la simpatía de algún titiritero o saltinbanqui internacional. O la misma opinión pública.
La primera estrategia afronta la realidad. La segunda es impotente (por debilidad natural como en el caso de la mujer, o como en este caso, por debilidad como vicio) para resolver los problemas y busca que un tercero se los resuelva, y por eso pretende seducirlo con "escenificaciones".
Esa es precisamente parte de los sintomas de la enfermedad que tenemos. Ante la erradicación de los valores masculinos, lo que tenemos son peleas de sonrisas, victimismos y batallas de pellizcos, que obviamente no tienen nada que hacer ante los totalitarios -violentos o no- a los que esas demostraciones de desmayos de señorita no le producen más que carcajadas, pero que, comprendiendo que hay que seducir a una masa de idiotas feminizados, se entrega al doble juego de la violencia por detrás y la cortesanía florentina por delante. Así lo ha comprendido ETA, quizá un poco tarde, Así lo comprenden los nacionalistas catalnes, así lo comprende el Grupo Factico Facilmente Reconocible con su golpe de Estado del 11M y asi lo comprenden los palestinos, por poner solo unos ejemplos. Son conscientes de que el súndrome de Estocolmo es el siguiente estadio de degradación del débil, y la mejor forma de inducirlo es el palo y la zanahorria.
Hemos decidido que los conflictos violentos son cosas del pasado porque nosotros lo merecemos y si no, no respiramos y que se fastidien. Hemos creido que habia un principio, un papá, un primo de zumosol pretegiendonos de las amenazas y de nuestras obligaciones respecto a ellas. Sean los americanos, la democracia o la simpatia de algun semdios-cantante. Ante los problemas le tiramos de la manga diciendo: |!Mira ese!. Cuando comprobamos que ese algo es indiferente ante nuestra suerte, hemos perdido el coraje (perdón, palabra prohibida) para responder por nosotros mismos y nos vamos a Estocolmo.
Los únicos que no comprende todo esto son aquellos que han desconectado voluntarianente las sinapsis cerebrales que producen el sentido común, para conseguir un nirvama excéptico, al estilo Occidental, con ausencia de obligaciones y de ambiciones: es la Derecha centrista, que corre a abrazarse con ETA y los nacionalistas y los Islamistas y también todos esos anarcocaps sueltos que dejan su cerebro en una pecera con agua templada antes de salir de casa. No vaya a ser que se gaste.
Por algo el término maricón (perdón, palabra prohibida), es decir, feminizado, es un término despectivo. porque lo masculino es el escudo de protección sin el cual no puede existir ni florecer lo femenino. Un hombre que utiliza la debilidad es alguien que traiciona (perdón palabra prohibida) o daña esa innata e imprescindible tarea de proteger el orden de las cosas, para que los realmente débiles puedan vivir.