miércoles, 30 de abril de 2008

Game Over

Jugar con videojuegos siendo ya adulto, es decir, algo más que mayor de edad según la mayoría de edad legal, no necesariamente es un signo de inmadurez. Pero en esta sociedad en la que tantos maduran tan tarde, con la equívoca causalidad de una neotenia extendida hasta la náusea y/o un orden económico y social que fomenta la permanencia de los hijos en el hogar de sus padres, el complejo de Peter Pan, o el miedo o reticencia apática a volar fuera del nido constituyen un elemento fundamental en el entramado sociopsicológico sobre el que se asientan conductas y pensamientos orientados al juego compulsivo y a la huída de la realidad.

Ayer salía a la venta un videojuego supermegachuli en el que el prota es un hijoputa asesino, maltratador y violador que se entretiene y trabaja traficando con drogas.

La parte que horroriza a los políticamente correctos es, empero, lo de menos. No me parece sociológicamente relevante que a los bobos de todas las edades les apasione un personaje tan violento e inmoral. Peor es la evasión desesperada de la vida a través de un producto de consumo fácil y poder hipnótico. No hablo pues de quien lo tiene por entretenimiento esporádico, sino de aquellos que se refugian en ello. Aunque quien se entretiene o dice entretenerse con ello debe mirarse al espejo y hacerse al menos un par de preguntas, y acaso deba ponerse, encima de la puerta de la habitación donde guarde el ordenador: “Conócete a ti mismo”, y leer de paso a algún autor griego o romano.

Podría parecer que me estoy poniendo moralista, o que pido demasiado. Probablemente lo raro sea ver esos videojuegos como una lamentable pérdida de tiempo y de energías psíquicas. La gente se quiere divertir, y es dueña de su ocio. ¿Qué mal hacen al pasar el rato con eso?. Lo que deforma, creo yo, no es el tipo de juego sino el juego en sí, llevado al extremo. “La vida es un ensayo y un riesgo”, decía Nietzsche. En algún momento hay que pasar del simulador de vuelo a desplegar las alas. No puede uno pasar su existencia simulando, en algún momento hay que pasar a la acción para tomar el testigo generacional en condiciones apropiadas. No elegir es también elegir, con lo que encerrarse en la habitación en plan Otaku es apostar por la decadencia y caída de la sociedad de la que uno, lo quiera o no, forma parte.

Todo esto viene a cuento de unas palabras que un periodista, micrófono en mano, arrancaba a un chaval (no tan chaval) que compraba el novísimo y espectacular producto. Decía el chicote, poco más o menos, que ESE videojuego mostraba la REALIDAD, tal cual era, y que lo que hacía el protagonista es lo que uno quisiera hacer si no le limitasen las normas.

Una mente tan desligada de la realidad merece un análisis profundo. ¿Es representativa esa manera de ver las cosas o la tontería única y nada contagiosa de un individuo aislado?. Naturalmente que el videojuego muestra algunos aspectos sórdidos de la realidad es innegable. Pero el adulto-niño se refería, implícitamente, a esa representación como una representación de aspectos fundamentales de la realidad. Algo así como que la sociedad humana es así, que se cimenta en eso. Algo así como la teoría de la conspiración sutil que padecen algunos, que creen que todo el orden social se construye sobre juegos hobbesianos de suma cero, que todo es una inmoral y falso, siendo la única realidad esa inmoralidad y falsedad. O, dicho de otra manera, algo así como sugerir que los sentimientos morales, la magnanimidad, la nobleza de ánimo, la colaboración, el trabajo, el orden, la rutina, la paciencia, los proyectos, la persistencia....etc etc son solamente ficciones creadas por algunos elementos poderosos dentro de la sociedad para mantener a potenciales leones en el redil de las ovejas. Y esto nos lleva a lo segundo que dice, perfectamente enlazado lógicamente con lo primero: todos seríamos así si no nos limitasen las normas. Así que el chicote juega y juega porque huye de esa realidad que no acepta, y se mete en esa otra que cree más verdadera en la que no imperan las normas, en la que viven y juegan a muerte los verdaderos tipos humanos. La cotidianidad es aburrida y por tanto es rechazada. Y como no le gusta su naturaleza busca en ella los aspectos más grotescos y notorios, estadísticamente menos representativos, para elevarlos a la categoría de norma interior, de verdadera naturaleza.

8 comentarios:

  1. "La cotidianidad es aburrida y por tanto es rechazada. Y como no le gusta su naturaleza busca en ella los aspectos más grotescos y notorios, estadísticamente menos representativos, para elevarlos a la categoría de norma interior, de verdadera naturaleza."

    Como los libegales psicoevolucionistas mentolaos, no?
    Digo desde un punto de vista electoral, claro.

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  2. Yo soy ateo.
    Es lo que dicen los números.

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  3. No hombre, no te preguntaba por tu fe....

    Veo que eres de los de Leibniz: "¡Calculemos!".

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  4. Leipliz? No. El estadísticamente es tuyo, vago pero tuyo.
    Sólo digo que la descripción os viene que ni pintada. No es descacharrante?
    A no ser que el resto que conforma la mayoría no sea consciente de ello.
    Como lo de las abduciones.

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  5. No, Gottfried W.Leibniz. Si supieras matemáticas le conocerías.

    Si, supongo que es descacharrante.

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  6. Leipliz, Lipsia o Leipzig no te suenan?

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