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Es por ello que los partidarios de cualquier nuevo orden imaginario –que suele traducirse, de imponerse su ciega fuerza, en alguna forma de pesadilla totalitaria-, pescan mejor en río revuelto y ensucian sus aguas para que parezcan más profundas (Nietzsche pixie dixie), abogan por ahondar las complejidades no relevantes, por perder los hilos, por cortar el de Ariadna para que llegue el Minotauro, y por pasar por alto las leyes límpidas que hacen posible que las cosas funcionen y salgan adelante. Cuestionarlo todo es el mejor modo de destruir el capital creado por las generaciones precedentes, de generar la decadencia que suicide una sociedad.
Nos gusta el orden, decía, por naturaleza. Pero tanto es así que cualquier abstracción circular que encaje en nuestra psique tribal del pleistoceno puede movernos a correr hacia el abismo. Basta con que lo que funciona de forma simple se nos antoje muy complejo y que lo complejo nos lo presenten con un traje simple, confeccionado por alguna mente calenturienta. Basta con traicionar al sentido común y creer en alguna utopía, en alguna abundancia material, en algún camino fácil, en algún amor eterno e infinito, en que podemos más allá de nuestras capacidades....
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