Creamos orden. Tenemos un gusto innato por él, relacionado con ese otro gusto innato por la simetría. Podemos poner en fila un montón de piezas distintas, o agrupar estas por colores y/o formas. La tendencia a agrupar y a separar, a alinear, a poner orden, nos puede conducir a establecer órdenes arbitrarios, convencionales, u órdenes que doten de un sentido que vaya más allá del orden en sí, que obedezcan a una función social o natural. En este último caso ordenar sería un medio para el fin de la optimización de la función. La economía de medios para lograr eficiencia y eficacia requiere orden. En un marasmo caótico no se pueden percibir y tomar los elementos necesarios para levantar una estructura compleja que opere en el mundo de forma adecuada a la necesidad y al medio.
Es por ello que los partidarios de cualquier nuevo orden imaginario –que suele traducirse, de imponerse su ciega fuerza, en alguna forma de pesadilla totalitaria-, pescan mejor en río revuelto y ensucian sus aguas para que parezcan más profundas (Nietzsche pixie dixie), abogan por ahondar las complejidades no relevantes, por perder los hilos, por cortar el de Ariadna para que llegue el Minotauro, y por pasar por alto las leyes límpidas que hacen posible que las cosas funcionen y salgan adelante. Cuestionarlo todo es el mejor modo de destruir el capital creado por las generaciones precedentes, de generar la decadencia que suicide una sociedad.
Nos gusta el orden, decía, por naturaleza. Pero tanto es así que cualquier abstracción circular que encaje en nuestra psique tribal del pleistoceno puede movernos a correr hacia el abismo. Basta con que lo que funciona de forma simple se nos antoje muy complejo y que lo complejo nos lo presenten con un traje simple, confeccionado por alguna mente calenturienta. Basta con traicionar al sentido común y creer en alguna utopía, en alguna abundancia material, en algún camino fácil, en algún amor eterno e infinito, en que podemos más allá de nuestras capacidades....
Es por ello que los partidarios de cualquier nuevo orden imaginario –que suele traducirse, de imponerse su ciega fuerza, en alguna forma de pesadilla totalitaria-, pescan mejor en río revuelto y ensucian sus aguas para que parezcan más profundas (Nietzsche pixie dixie), abogan por ahondar las complejidades no relevantes, por perder los hilos, por cortar el de Ariadna para que llegue el Minotauro, y por pasar por alto las leyes límpidas que hacen posible que las cosas funcionen y salgan adelante. Cuestionarlo todo es el mejor modo de destruir el capital creado por las generaciones precedentes, de generar la decadencia que suicide una sociedad.
Nos gusta el orden, decía, por naturaleza. Pero tanto es así que cualquier abstracción circular que encaje en nuestra psique tribal del pleistoceno puede movernos a correr hacia el abismo. Basta con que lo que funciona de forma simple se nos antoje muy complejo y que lo complejo nos lo presenten con un traje simple, confeccionado por alguna mente calenturienta. Basta con traicionar al sentido común y creer en alguna utopía, en alguna abundancia material, en algún camino fácil, en algún amor eterno e infinito, en que podemos más allá de nuestras capacidades....
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